martes, 24 de marzo de 2009

Heredar o no heredar, he ahí el dilema.


Mi familia no es de dejar herencias.

Siempre he escuchado historias de personas que heredan de sus padres, abuelos o de algún inesperado pariente lejano, propiedades, reliquias familiares, cuantiosas sumas de dinero o cuando menos una bacinica olmeca del periódo clásico tardío.

Pero en mi vida no pasan esas cosas.

Mis abuelos no fueron especialmente ricos pero llegaron a tener sus tierritas producto de la justicia revolucionaria; sin embargo, lejos de heredar lo que tenían, generalmente estos bienes fueron pasando paulatinamente a manos del hijo mayor quien eventualmente se dedicaba a atender estas propiedades y quien generalmente se hacía cargo de los padres cuando estos daban el viejazo.

Los demás no veían ni un cobre del asunto, ni siquiera en parcialidades, lo cual no es precisamente malo ya que quizá por lo mismo existe una larga tradición de trabajo y esfuerzo personal muy arraigada en mi familia y nadie vive esperanzado de que un golpe de suerte le cambie la existencia.

De hecho no conozco ningún familiar que juegue siquiera a la lotería.

En general esta filosofía ha dado sus frutos ya que podríamos decir que todos mis parientes tienen un modo de vida decoroso y bastante independiente.

El problema de pensar de esta manera es que te puedes pasar toda la vida trabajando pero sin una idea de continuidad se corre el riesgo de condenar a toda tu descendencia a empezar siempre desde cero.

Mi papá incluso tenía frases al respecto y decía cosas como: “yo tampoco recibí herencias” o “el dinero se hizo para gastarse”.

Así fue y así nos fue.

Como no pensaba dejarnos ninguna herencia tampoco hizo planes a largo plazo ni diversificó su patrimonio, todo era para utilizarse a corto plazo y todo era sacrificable.

Mi padre no ha muerto, pero tal y como lo predijo no nos dejó ninguna herencia y a decir verdad ni siquiera para él le alcanzó ya que ahora depende de sus hijos.

Sin embargo, lo bueno es que tampoco heredamos su forma de pensar.

Yo si creo en la idea de heredar y hago todo lo posible para que mis hijos no tengan que empezar desde cero sino que aprovechen mi esfuerzo de toda la vida para avanzar un poco mas y subir otro escalón, metafóricamente hablando.

El único riesgo de heredar es que podemos caer en el error de criar hijos dependientes y comodones; que vivan holgazanamente sus vidas conscientes de que van a recibir una herencia que les resolverá su existencia.

El secreto radica en enseñarles a valorar lo que tienen y el esfuerzo que uno ha hecho por ellos o de lo contrario se corre el riesgo de acabar al final de tu vida en la misma situación en que llegaste, sin nada encima.

De cualquier forma a veces es bonito ponerme a imaginar lo cómodo que sería encontrarme de pronto con la sorpresa de que al morir uno de mis abuelos o de perdida una tía solterona me dejara una gran fortuna.

Lo malo es que ya todos mis abuelos murieron y mis tías solteronas no tienen ni un clavo que dejarme, si acaso algún gato pulgoso.

Otra idea que se me ocurre es que, dado que mi apellido proviene de un antiguo linaje español, fundado por terratenientes de una villa solariega en Burgos de la cual tomaron el nombre (lo investigué en Internet), me encuentre de pronto con la noticia de que soy el único descendiente de esta antigua familia y resulto el legítimo heredero de toda una provincia española... se vale soñar.

viernes, 6 de marzo de 2009

El hembrismo.


Las feministas ya no luchan contra la discriminación de la mujer ni buscan la igualdad con el varón.

Son ellas las primeras en difundir toda clase de publicidad y mitos misándricos (odio al hombre) y en alimentar la discriminación al repetir constantemente que las mujeres son mejores que los varones en muchas de las facetas humanas.

Su consigna es demostrar la superioridad del sexo femenino sobre el masculino y lograr que las condiciones sociales sean de privilegios para la mujer.

A este tipo de mujeres hay que denominarlas “Hembristas”. Porque así como el que discrimina a la mujer creyendo que el macho es superior, es un machista; la que discrimina al hombre pensando que la hembra es mejor, es una hembrista.

Sin embargo, no es políticamente correcto hablar de ello por lo que se ha convertido en un tema tabú y como las mujeres constituyen un sector muy reaccionario a la crítica de género, ningún político ni medio de comunicación sensato se atreve a mencionarlo, ya no digamos que constituyen mas de la mitad del electorado.

Contra el discurso hembrista es difícil defenderse porque sus ideas se han convertido en dogmas y tras décadas de adoctrinamiento han penetrado en la mente de las personas.

Si no fuera por esto, podría apreciarse claramente la falsedad de dicho discurso. Un discurso que no es más que un engaño, porque presentar a la mujer como una víctima impotente de la sociedad machista es una de las más grandes mentiras que se han difundido jamás.

Si vemos la realidad completa, observaremos que la situación es anti masculina. La Misandria; que es el odio a los hombres, a la hombría y a la paternidad, ha penetrado en todos los ámbitos de la sociedad, incluso el legal.

Existe una guerra ideológica contra los hombres y los varones ni siquiera han tomado conciencia de ello.

Por consiguiente, si luchar contra la discriminación femenina es característico del feminismo y deber de todas las mujeres; luchar contra la discriminación masculina es propio del “masculinismo” y deber de todos los hombres.

Lo lamentable es que el destrozo a la verdadera equidad de género avanza cada día y la manipulación hacia la mujer y muchos hombres es evidente, sin apreciar que están siendo utilizados por la doble moral de la filosofía hembrista.

Una doble moral que no busca la equidad de género sino privilegios de género.

Nuestra sociedad maltrata a los varones ante el silencio y complicidad de todos. El hombre está siendo vilipendiado por las hembristas que utilizan los medios de comunicación y a políticos demagogos para presentar al varón como un ser egoísta e insensible, casi un mal necesario.

A todo esto, los hombres permanecen callados, y con su complacencia están permitiendo que las mujeres se conviertan en una especie de “vacas sagradas”.

Quien se atreve a criticarlas es rápidamente satanizado de machista, en un afán por desacreditar sus argumentos. Son los herejes de nuestro tiempo.

Lo cierto es que las mujeres son el grupo más consentido y con mayores privilegios que existe; disfrutando de un nivel de comodidad, salud y poder nunca antes visto, con más derechos que los hombres pero no sus mismas obligaciones.

Sin embargo se siguen quejando, y a través del victimismo consiguen privilegios sociales.